“Pero aun cuando las máquinas pueden sobrepasar al hombre en sus rendimientos lógico-matemáticos,
no podrán conocer jamás las conmovedoras experiencias del amor, de la alegría,
de la tristeza o de la infelicidad (…)
El conocimiento de la realidad no es una función exclusiva del pensar sino que requiere también del sentir, y la comprensión
de cualquier evento siempre supone la participación de la afectividad y de sus múltiples matices
diferenciales. Así, por ejemplo, no es
posible para la conciencia del hombre la percepción de un mundo ajeno al bien y al mal, o a la fealdad y la
belleza; ya que tanto lo ético como lo estético son inherentes a la perspectiva
humana” (Sergio Peña y Lillo, “Temor y felicidad”, Ed. Universitaria, Santiago
de Chile; 2008. Pág. 18).
Para nuestro
psiquiatra Peña y Lillo, lo que dificulta u opone a la felicidad, no es la
desdicha, el sufrimiento, sino el temor. Así nos alerta: “los supuestos erróneos
que subyacen al miedo son los que impiden el logro de la felicidad” (Ibíd. Pág.
23) ¿Cómo se explica esto?
Por un lado, es
normal que el temor bloquee el impulso de la voluntad y, por otro, “como
experiencia psicológica normal presupone siempre ciertas percepciones falsas de
la realidad, que configuran una especie de conciencia equivocada, que es la responsable
de la infelicidad” ¿Cuáles son esas actitudes erróneas? Pienso que en un curso
que se propone reflexionar, a partir del cine, en cómo educar-educarnos, para adquirir
una mayor sabiduría de vida, es
importante conocer el aporte que hace Sergio Peña y Lillo (psiquiatra
chileno, cuya vida humana y profesional, es un modelo de superación, de
perfeccionamiento, de amor por su profesión y por el ser humano; leal con la verdad indagada, con la búsqueda
de cómo ayudar a sus pacientes a superar los retos de la vida. En fin, una persona en la cual coincide su actuar con
su sentir, pensar, creer y ser. Ello hace que lo considere un educador y lo
presente ante ustedes. Hoy, no sé dónde está ¿acaso ya pasó por el Bardo? Agradezco
y echaré de menos sus libros llenos de
reflexiones, fuentes de educación, que van más allá de la vida y de la
muerte.)
Pues bien,
las actitudes erróneas que dificultan alcanzar la felicidad –estado consecuente
de una auténtica vía de realización personal- son:
1.
La Anticipación Imaginaria
2.
La Contaminación Del Presente Con El Pasado
3.
La Resistencia al Sufrimiento
4.
El Deseo y la Ambición
Todas estas actitudes se dan en forma
simultánea, en el sentido que una lleva a la otra, llevándonos a situaciones absurdas, evasivas,
que nos impedirán ser felices. “Pero todo hombre que quiera encontrar la dicha
debe alcanzar primero su plenitud y asumir sin temor la propia existencia,
único modo de poder descubrir el camino personal de su felicidad” (Ibíd. P. 26)
Esto explicaría en gran parte la anhedonia
actual (empobrecimiento afectivo, con incapacidad de experimentar el goce
normal de la vida; una disminución del interés vital). Salir de esa anhedonia
implica amar la vida, amarnos, sentir lo grandioso y enigmático de haber venido a la existencia y
a la existencia de un ser personal.
Existimos, tomemos conciencia de ello y asumamos el deber y derecho de ser felices. Descubrámonos y existamos
de acuerdo con el ser que somos y que debemos realizar: una persona única en el
Universo, sin un idéntico, irreemplazable; una persona que puede tomar
conciencia de su ser y proyectarse en la existencia; una persona que sabe
cuándo se auto engaña, cuando se deja estar, cuando elige caminos de autodestrucción o deja que le
destruyan… La felicidad no se busca, no se encuentra… La felicidad es
consecuencia inmediata de una existencia auténtica; lo que implica ir venciendo
obstáculos internos (timidez, baja autoestima o falta de confianza en sí
mismos, formas diversas de evasión, adhesiones y valoraciones erradas…) y
obstáculos externos (personas dominantes, agresivas, malas influencias,
imprevistos…) Existir en forma auténtica
-tal como lo vimos en una entrada de este blog. Peña y Lillo, lo explicará desde el vencimiento
del temor. Debemos educar y educarnos
para vencer el temor, liberándonos de esas cuatro actitudes erróneas. Veamos:
1. La
Anticipación Imaginaria es la
“tendencia a vivir no en el presente,
sino en una proyección fantástica hacia el futuro, lo que abre un horizonte
incierto donde es posible el riesgo y la amenaza.” (Ibíd. P. 24) No se trata aquí de la sana, normal y necesaria
proyección intelectiva que debemos hacer para proyectar en forma inteligente y
responsable nuestra vida: Demos pre-ocuparnos, pre-veer, pre-venir,
pro-yectarnos. Debemos tener propósitos, trazar proyectos pero ello en forma
equilibrada, razonable. El problema es
esa ansiedad expectante-imaginaria, fantástica, monstruosa, sólo negativa,
esperando siempre algo desagradable; nutriéndose emocionalmente de situaciones
de pérdidas, fracasos, riegos, amenazas, traiciones: “En la ansiedad expectante
del miedo y de la angustia, no se pre-ve
sino se pre-vive lo temido” (Ibíd. P. 86) y, a tal punto, que el temor “desorganiza
la ejecución de los actos y puede aún, en condiciones extremas, paralizar por
completo la conducta” (Ibíd. P. 87). Se
trata de una especie de capacidad creadora aniquilante… Curiosamente, dice Peña
y Lillo, “esta especie de capacidad creadora del temor es, en cierto modo, paralela
a la de la fe, pero de signo contrario.
La fe, como experiencia psíquica, es la esperanza de un bien que se
desea y el miedo su contrapartida, la expectación de un mal que atemoriza”
(Ibíd. P. 87)
Esta
ansiedad imaginaria negativa, atrapa nuestra conciencia, sometiéndola a un
mundo de temor, de angustia, que le
provoca, al mismo tiempo, una especie de fascinación donde ya no hay un
intentar salir de ese mundo. Lo
paradojal, añade nuestro psiquiatra, es
que esta anticipación imaginaria nace del pasado: “de la suposición de que
volverá a ocurrir lo que ya ha ocurrido”.
(Ibíd. P. 88-89) Veámoslo.
2. La Contaminación
del Presente con el Pasado “es una exageración emocional de la memoria que
lleva a suponer que volverá a ocurrir lo que ya ha ocurrido, impidiendo la
percepción ingenua y directa de la experiencia.” (Ibíd. P. 25) Se trata de una inclusión ilegítima
de las experiencias pasadas. La memoria – como en el caso anterior la
imaginación, nos impide ver la realidad. La hipermnesia (memoria excesiva y
exagerada) puede transformarse en un factor limitante de la plenitud de la
experiencia psíquica del presente y futuro, impidiendo una correcta y sana
visión de los mismos. Sin memoria no
tendríamos conciencia de una identidad que subyace y trasciende los
acontecimientos de nuestra historia de vida, tampoco entenderíamos el presente
ni podríamos reflexionar para proyectar responsablemente nuestro futuro. El peligro es ser esclavo de los recuerdos,
del pasado emocional; pues “la fuerza dinámica
de la creatividad de la conciencia no está en la memoria sino en la percepción
de lo novedoso y de lo original”.
Debemos vivir las experiencias presentes, vivenciar lo único de ellas,
lo que las distingue de toda otra anterior y futura o no viviremos realmente…
Hay tanta vida no vivida, tanta vida muerta… decía el poeta Vicente Huidobro. Hay tanta incomunicación, desolación,
incapacidad de encuentro consigo mismo y
con los demás… Vidas llenas de malezas que impiden que den sanos frutos; llenas
“de conversaciones, de prejuicios y de normas aprendidas que pudieron ser
útiles en su infancia o juventud, pero que ahora entorpecen la plenitud de la
vida adulta”. No se trata de edad… Hay
vidas juveniles ya mustias, cerradas, no creativas, no abiertas al asombro, a
lo original de cada experiencia aún no vivida… desesperanzados, deprimidos… “Quien
no hubiera tenido experiencias ingratas o dolorosas difícilmente podría
concebir el temor (…) para superar el miedo el hombre debe ser capaz, primero
de dar la espalda a su pasado y, por así decirlo, “saltar más allá de su propia
sombra”; esa sombra que hace percibir tinieblas donde ya hay sólo luz” (Ibíd.
P. 94) En el cine, para provocar temor, tristeza,
soledad, abandono, se usan colores sombríos, tinieblas; es más, se hace aparecer la figura monstruosa más grande más temible,
alargando su sombra.
3. La Resistencia al Sufrimiento “es el
rechazo del dolor inevitable de toda existencia y supone una conciencia pusilánime ante la adversidad
que impide al hombre la aceptación irrestricta de su vida y que,
paradojalmente, a través de una especie de círculo vicioso, origina por sí
misma la desdicha que pretende evitar”. (Ibíd. P. 25) Es el acobardamiento ante los retos, sufrimientos,
riesgos, propios de toda vida. Madurar, educarse, perfeccionarse como
persona, consolidarse, implica unir la fuerza de la voluntad, el amor a la
razón. Sócrates decía que ser sabio era “vencerse
a sí mismo”, esto es, superarse día a
día, superar las debilidades, los miedos…
Para vencer el temor es necesario
aceptarlo… “saber de qué están hechos y explorarlos paso a paso, para así poder
develar su contenido y significado. Al
aceptar el temor no sólo tiende a desvanecerse, sino que además se convierte en
experiencia enriquecedora y en madurez personal (…) El dolor y el sufrimiento
son reales y sería absurdo intentar negarlos. (…) Aprender a ser hombre
requiere comprender el sentido del dolor…” (Ibíd. P. 103) Es entonces cuando
aparece la salvadora esperanza, la
providencia, el que todo tiene un
sentido que a lo mejor aún no percibimos y la certeza de que cada dolor
superado nos va haciendo cada vez más fuertes.
Muchas veces nuestro dolor evita o disminuye el dolor de otros. Ahora bien, para quien es persona de fe, el
dolor tiene un sentido superior, es prueba o forma parte de un plan divino que
en un principio el ser humano no entiende pues es oscuro para la razón pero no
para la fe.
4. El
Deseo y la Ambición “en cuyo marco de expectativas surgen los
impulsos que hacen posible la acción, pero también el temor y la angustia que
la paralizan” (Ibíd. P. 25). Es el afán
de dominio lo que hace al hombre temer perder ese dominio, esa posesión de
cosas, de triunfos, de los demás. Placer,
poder y prestigio, son las tentaciones que desbordan los deseos y ambiciones
más allá de los justos anhelos y del amor.
Se trata, dice Peña y Lillo, de “la lucha del hombre contra las
proyecciones de su propia sombra, que no es sino su luz interior interceptada y
que ya no ilumina lo que debiera iluminar”. (Ibíd. P. 116). Es la traición del ser que somos por el tener,
la traición del amar –fuente de felicidad- por la egolatría.
La vida, su bien, su verdad, su belleza, se descubre en el amor.
El temor se supera con la fuerza del amor que nos da energías de alma para hacer lo que se debe hacer.
El sentido de la existencia, tú y yo, nos descubrimos y realizamos en el amor.
Descubrimos que somos felices amando.
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